“Tienes todo lo que he soñado en una persona, pero eres mujer”- Mi Agresora
Rita Patricia Núñez
Fue en su carro durante una de las tantas peleas que tuvimos cuando en un tono sereno me dijo esta frase. La discusión terminó en ese momento. Fue como una patada en la boca del estómago que me dejó sin aire. Era la primera vez en mi vida que me cuestionaba mi identidad.
Hay una idea muy generalizada de que para todos los homosexuales es traumático el proceso de aceptación de nuestra orientación sexual. Sin embargo, para mí no fue difícil el hecho de asumir que era lesbiana, lo vi como algo muy natural y así quería que mi mundo lo viera. Evidentemente, era triste ver la decepción de mi mamá al principio, pero era su dolor, no el mío. Yo no me odiaba por ser así, al contrario, me llenaba de mucho orgullo. Pero esas palabras, esas doce palabras que pronunció la mujer que yo amaba, las cuales retumbaron en mi cabeza por tanto tiempo, fueron el ataque más brutal que alguien haya podido hacerme. Y aquí está el primer aprendizaje que quiero compartir en este artículo, nadie, absolutamente nadie tiene el derecho de violentar tu identidad.
Cuando recibí la invitación para escribir este texto, me llené de ansiedad. Esa ansiedad que me había acompañado durante meses después de estar en una relación a distancia con una mujer que en poco tiempo se convirtió también en mi agresora. Y esto es lo segundo que quiero dejar claro, la violencia contra una mujer también la puede ejercer otra mujer. Respiro, tal y como me enseñó la psiquiatra a la que debí acudir, tras vivir esta experiencia tan desgarradora. Vuelvo a lo que soy hoy y me preparo para compartir mi historia, que también puede ser la tuya. Quiero contártela porque tiene valor para mí y quisiera que puedas aprender de mi experiencia.
En mayo 2017, me reencontré con la que creía era “la mujer de mi vida”. Desde el primer momento me gustó y al igual que muchas mujeres heterosexuales, yo también me hice la idea del “y vivieron felices por siempre” en un castillo. La única diferencia es que, en mi caso, seríamos dos princesas viviendo en un castillo pintado con los colores del arco iris, por supuesto. Desde la primera vez que la vi en diciembre de 2016 hasta nuestro reencuentro, en 2017, ella seguía mis redes sociales y tenía toda la información necesaria para conocer el estilo de vida que yo llevaba.
No hizo falta estar en la misma ciudad para que sus mensajes y las videollamadas de horas y horas que sosteníamos tuvieran un profundo impacto en mi pensamiento y mi emoción. Esa silenciosa manipulación psicológica que ejercía sobre mí, de manera constante, fue sembrando la duda y alimentando todo tipo de inseguridades. Poco a poco, nuestra relación estuvo condicionada a su aprobación, al punto de llevarme siempre a cuestionarme a mí misma, a llevarme al plano de “probar si era suficientemente buena como para que ella mantuviese una relación estable o asumiera su orientación sexual abiertamente”. El hacerme creer que había algo incorrecto en mí, me impidió procesar la señal de alerta que tuvo una revelación: desde el año 2012, ella se encontraba en libertad condicional por legitimación de capitales en los Estados Unidos.
Viajamos juntas a Boston para vivir una auténtica luna de miel. Le prometí que viajaría dos veces al mes a Miami para verla y que me haría cargo de todos los gastos económicos para cubrir la asistencia legal necesaria para revocar la libertad condicional, y que de esta forma, ella pudiera viajar posteriormente a Bogotá, que era la ciudad donde yo residía. Mientras tanto, aumentaba la tensión, desde las ya acostumbradas frases de “tu amor por mí no es suficiente” hasta los gritos, manotones y empujones. El rechazo y las excusas para no estar conmigo sexualmente también se hicieron la norma. Quería desaparecer, creía que si me aislaba de todo, el problema iba a desaparecer también. Para ella era más que conveniente este comportamiento, así que lo alentaba haciéndome comentarios como: “deberíamos cerrar nuestras cuentas en Instagram, eso solo sirve para meterse en la vida de los demás”. Por eso decidí suspender mi perfil en la plataforma y poco a poco, también se fue restringiendo la comunicación con mis familiares y amigos.
Me dijo que el título de novia le causaba muchos conflictos, que prefería una relación abierta. La manipulación psicológica llegó al punto de culpabilizarme y justificar esas relaciones alternas que ella sostenía con otras personas; después de todo "yo no había sido lo suficientemente buena". Al mismo tiempo, dejó uno de sus trabajos, yo cubriría ese salario, las cuotas de su carro, de su seguro y de su teléfono mensualmente. Esa era la parte con letras pequeñitas de nuestro nuevo contrato. Siguieron pasando los días, los malos tratos por teléfono, los viajes donde me quedaba noches enteras esperándola y no llegaba al hotel. Nos fuimos a New York, era un viaje para arreglar las cosas. Llegó un mensaje. Era él, el esposo abnegado en Miami que tenía a la amante en New York en un supuesto viaje familiar con la hermana y "la prima". Exploté, no podía más. Cuando llegamos al hotel hubo gritos, insultos, yo no quería subir a la habitación. Usó toda su fuerza y me montó en el ascensor, yo no tenía muy claro qué estaba pasando. Aún no lo tengo. Ella me dejó ahí y se fue.
El hecho de confirmar que ella continuaba con esas relaciones paralelas y el creer que era muy difícil para mí competir por su amor en la distancia, me impulsó a regresar por última vez de Bogotá. Me retiré de la maestría que estaba estudiando y abandoné mi trabajo. Necesitaba dinero para seguir manteniéndola y para yo poder sobrevivir en Miami, así que vendí mi carro y tomé dinero de una cuenta de mis padres a la cual tenía acceso. Me fui con un pasaje de solo ida. Me quedé en su casa, con sus padres, como "una amiga" que necesitaba alojamiento por unos días de vacaciones. Y aunque parecería muy normal que dos amigas durmieran juntas, me pidió que ocupara el cuarto de visitas. La convivencia diaria agudizó los enfrentamientos y me dijo “no actúes como alguien que se va a suicidar. El que se va no lo avisa, se va y ya”.
Así lo hice, a mi mamá le sonó el teléfono a las diez de la mañana, aproximadamente, no recuerdo que día era, le pedía que por favor me ayudara y que me trajera a casa. Solo quería volver a casa. A pesar de lo que yo había hecho, no lo dudaron ni un segundo. Llegué a Venezuela y no sabía por dónde comenzar, pero mi familia si lo tenía claro, tenía que ir a terapia. Pesaba varios kilos menos desde la última vez que ellos me habían visto, dormía dos o tres horas continuas como mucho y los ataques de ansiedad eran cada vez más frecuentes.
A partir de aquí quiero enfatizar el tercer mensaje que quiero dar con todo esto, salir de una relación tóxica y recuperarte de una depresión profunda es un proceso complejo que no tiene un tiempo determinado. A pesar de que ya tenía varias semanas en terapia y medicada, ella volvió a contactarme y volví a creer en ella. Me juró que mi partida le había hecho entender que sí quería estar conmigo.
Se acercaba su cumpleaños y el mío, así que volví a Miami. No pasó mucho tiempo para que las cosas se pusieran feas otra vez. Volvieron los insultos, volvió el maltrato, el hacerme sentir menos, el abuso. Mi salud mental en este punto ya estaba muy deteriorada. Regresé a Venezuela, una vez más, esta vez con menos ganas de vivir, seguía yendo al psiquiatra y erróneamente creía que no estaba logrando nada. El apoyo de mis padres fue fundamental, no me juzgaron y solo me pidieron que no dejara de ir a la terapia, a la cual además me acompañaban sesión tras sesión.
Llegó el día de su juicio y consiguió su libertad. Podía salir del país, así que esta vez ella vino a Venezuela. Por mucho tiempo me pregunté por qué lo hizo, si sabía lo que pasaría después. Se quedó cinco días en mi casa hasta que se dio cuenta que ya no podría obtener más dinero de mi parte. Quedé completamente rota. Retrocedí en la terapia, pero no dejaba de ir. Me había perdido a mí misma completamente. No sabía quién era. Fueron varios los días que estuve en cama sin querer levantarme, donde los miembros de mi familia se turnaban para acompañarme. Hasta que llegó el momento en el que decidí sacudirme el dolor y salir adelante. Elegí reconstruir mi vida y luchar por todo lo que había perdido. No fue rápido, ni fácil.
Me daba una frustración tremenda verme en esa situación y verla a ella tan tranquila. Hasta que entendí que ahora se trataba solo de mí, de mi proceso. No me puse tiempo, estas heridas al igual que las físicas necesitan tiempo para sanar. Comencé a hacer ejercicio, a leer esos libros de literatura que en su momento me llenaron tanto, a recuperar las amistades que había perdido. Semana tras semana acudía a mi terapia, me colocaba horarios para realizar todas mis actividades. No evadía, no ignoraba, era consciente de que estaba librando una batalla en la que por momentos sentía que perdía.
Reactivé mis cuentas en redes sociales, le pedí perdón a mi familia. Reconocí mis errores. Me dieron el alta médica. Comencé a viajar por el mundo otra vez, fui al Gay Parade en Madrid y grité con orgullo lo que soy y me prometí no permitir que nadie más me haga renegar de eso. Besé otros labios, tuve sexo, volví a sentirme deseada y aunque no me he vuelto a enamorar, si conocí a la mujer de mi vida, la veo todos los días en el espejo cuando me piropeo antes de salir a comerme el mundo.
En los próximos días regreso a Bogotá. Tengo una propuesta de trabajo soñada y mis padres me acompañarán a buscar el título de mi maestría en Ciencias Políticas. Además, me preparo para terminar el último semestre de la maestría que abandoné durante este período que les relato. Mis sueños siguen intactos y sé que voy a conseguirlos uno a uno. Me falta mucho por aprender, pero estar donde estoy hoy, me parece un logro tremendo y lo celebro. Yo no voy a olvidar esta historia; quiero contarla y quiero contarla como se debe, porque como dice Hannah Gadsby “uno aprende de la parte de la historia en la que se centra”.
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